LA ASUNCIÓN


COMUNIDAD HUARPE
«PAULA GUAQUINCHAY»

Reseña Histórica

Asunción es el nombre que hoy recibe el Territorio conformado por la comunidad Huarpe “Paula Guaquinchay”, llamada así en honor a la bisnieta del cacique Guaquinchay.  La comunidad se constituye con personería jurídica en el año 1998 y reúne a unas 160 familias aproximadamente.

Paula Guaquinchay nació el 29 de junio del año 1884 y murió en el año 1970, a los 86 años. Su madre se llamó Eulogia Guaquinchay y su abuela Mercedes Guaquinchay; esta última fue hija del cacique Guaquinchay.  Las Guaquinchay provienen de San Miguel. Como todos los Guaquinchay, Paula Guaquinchay era oriunda de allí, del puesto Los Ralos. Vivía allí junto con su hermana Juana Rosa Guaquinchay. De allí se trasladaron a Tres Cruces, luego volvieron a trasladarse a un puesto que llamaron “las Guaquinchay” (llamado así porque se estableció junto con su hermana Juana Rosa Guaquinchay) hasta finalmente trasladarse al puesto Alto Grande. En este puesto nacieron sus nietos guitarristas y cantores, Cipriano, Tito y Lago Fernandez. Allí, cerca del río, Paula Guaquinchay tenía chacra, donde cultivaban y cosechaban trigo para lo cual construían canales y acequias a “pura pala”.  En los alrededores del puesto se aprecian en la actualidad gran cantidad de caracoles de río que se conservan desde los tiempos en que allí corría el agua. 

El esposo de Paula Guaquinchay fue Juan de Dios Fernandez, uno de los primeros empleados del registro civil. Fue en el puesto Alto Grande donde funcionó la primer oficina del registro civil de Asunción puesto que Juan de Dios Fernandez era el único letrado en la zona. Los nietos de Paula Guaquinchay que actualmente viven en Asunción son Lago Fernandez, Eduardo Fernandez y Rosa Guardia quienes la recuerdan como muy buena artesana en lana, en “todo”, reafirma Rosa Guardia. Y como reafirma Eduardo, “tejía muchísimo”. Además atendía el puesto donde tenía cabras y vacas. Y crio a 11 hijos. La recuerdan como muy alegre. Todos sus hijos eran guitarreros; les gustaba la alegría. Para su cumpleaños, cada 29 de junio, hacían grandes fogones, altísimos, con muchos guitarreros y visitas.

Eduardo Fernandez, uno de sus nietos a quien crio, recuerda la vivienda en la que habitaban: toda construida en palo, junquillo y barro, la cual “nunca se llovió”. En lo alto, prendía del techo un “sarso” que era como una parrilla hecha con palo donde se depositaban los quesos. “Mi abuela tenía muchas cabras, unas 600 cabras, y unas 100 vacas y hacía mucho queso; mucha gente le compraba”, narra Eduardo. Eduardo recuerda a Paula Guaquinchay como muy guapa, como una “mujer de quebracho”, “morruda”. Temprano, dice, se dirigían al corral para carnear y ahí nomás “charqueaba” la carne (“charqui” es la carne salada con mucha sal para poder mantenerla), carne que duraba todo el mes, sin heladera. Paula usaba la pepa del durazno para aclarar el agua que sacaban del pozo-balde. Lo picaba con el “almiré”, un mortero chiquito, y luego de 15 minutos el agua quedaba cristalina. Paula seguía el rastro de las víboras; las iba a buscar y las mataba, hasta que la curandera le dijo que no lo hiciera más, porque le podía causar males, puesto que Paula soñaba que las víboras volaban y la corrían. Cuenta que hasta que murió caminaba muy erguida y que fumaba armando los cigarros con las chalas de maíz, pelando los choclos. También armaba lo que se llamaba la “cachimba”, que es como una pipa confeccionada con caña gruesa.

Los apellidos Guaquinchay y Sayanca, entre otros apellidos, se encuentran registrados en documentos históricos entre los siglos XVII y XIX, reseñados por el padre Pablo Cabrera en el Nomenclador general indiano de Cuyo (1929) y luego por Morales Guiñazú (1938) y Carlos Rusconi (1961), quien además fotografió a Juana Rosa Guaquinchay (hermana de Paula Guaquinchay) en San Miguel de Los Sauces en el año 1939. 

Según Morales Guiñazú, en el informe sobre visitas oficiales a los repartimientos de indios de Mendoza que radica en el Archivo Administrativo, consta en 1696, el cacique Don Pascual Sayanca pertenecía a la encomienda de don Martín Pizarro de Córdoba y Figueroa. Su hijo, el cacique Diego Sayanca recibió en merced en el año 1713 todo el territorio que hoy corresponde al territorio de las comunidades Huarpes. Según el relato nativo el cacique Sayanca cuando se encuentra con la virgen, le dona todo el territorio para convertirla en su protectora.

Según nativos y nativas, Sayanca ha sido el tutor de todos los que quedaron cuando los corrieron, porque les querían quitar las tierras. Doña Paula Guaquinchay contaba a sus nietos que cuando el Sayanca se encontró con la virgen, un cura lo convenció que “le entrara a la religión católica” y el cura lo convenció de que tenían que ser bautizados.

Bajo el nombre de Asunción se reunió a la población Huarpe de la zona, en lo que se llamaron las “Reducciones” o “Pueblos de indios” con su respectiva capilla. Con el establecimiento de la Junta de poblaciones en Santiago de Chile en 1735, a través de la cual se propicia la creación de los centros urbanos, comienzan a reducirse a los indígenas allí residentes en «villas», tales como Rosario, San Miguel y Asunción, procediendo a «repartir solares y tierras, y chacras y estancias a los naturales […] a todos los indios».

La expresión “La Asunción” proviene de la asunción de la virgen, de la virgen que se eleva. Asunción, fue así uno de los nucleamientos creados, junto con Lagunas del Rosario, San José y San Miguel de Los Sauces, a los fines de “asentar” y “evangelizar” a los nativos y las nativas. Así, es un centro cívico-ceremonial con huellas culturales de distintos procesos históricos, políticos, económicos y religiosos. Resultado de estos procesos, los nativos y nativas tienen un fuerte sentimiento de fe católica. Pero el catolicismo que se practica no es cualquier forma de catolicismo, sino un “etnocatolicismo” que combina expresiones nativas Huarpes con figuras católicas. En este sentido, se cuenta que el cacique Sayanca, líder Huarpe de la zona, se encontró con la virgen y le donó todas las tierras de Asunción para que se convierta en su protectora.  Así, Asunción es un santuario, donde se conmemora anualmente la fiesta de la Virgen del Tránsito, en el mes de agosto, denominada así por los sucesivos traslados de lugares que tuvo debido a las crecientes del río Mendoza.

Además de la memoria etnocatólica, la comunidad conserva la memoria colectiva de acontecimientos de gran injusticia, tales como correrías y matanzas durante el siglo XIX y explotaciones de fuerza de trabajo en las carboneras.  Así queda en el recuerdo el nombre de Martina Chapanay (entre otros como Santos Guayama):

“(…) me decía, que había quedado un tronco, que le decían “El Algarrobo de la India” y dice que venía de allá, del Norte, y venía disparando se ve y la Martina ahí se había guarecido, tenía un campamento, y se la llevaron como la de allá, que le dicen “la Aguada de la India”, “la Totora del Sur”, se las llevaron pa’ matarla” (LF, Asunción, marzo 2007).

Como en todas las comunidades de la zona del campo, Asunción constituyó desde el siglo XIX la fuente principal de extracción de materia prima (madera, leña y carbón) para la producción energética de los centros urbanos de Mendoza, cuando se carecía de electricidad y calefacción. La madera, la leña y el carbón eran transportados en carros tirados por mulas y distribuidos en tren. 

Entre los puestos más antiguos y que hoy se mantienen se encuentra el Cola Mora, donde además históricamente se han organizado las recogidas de animales o “pialadas”. Este puesto preserva su antiguo pozo-balde, elaborado artesanalmente con palo de algarrobo. Otro puesto antiguo es “El Alpero”.

Las formas de comunicación son muy variadas; en la actualidad se ha generalizado el uso de celulares pero también en el campo se utilizan con frecuencia las señales de humo y la radio. La radio también es de uso popular, y hasta hace unos pocos años, cuando no se usaban los celulares, los nativos y nativas se comunicaban por esta vía. Los mensajes se transmitían por el Palacio Cristal, al cual don Rulo Guardia, nativo apodó el “correo del cielo”.

La conformación del núcleo urbano se fue consolidando de la mano del emplazamiento de la finca “Perlas del desierto” por los años 1962/1963; una propiedad de 40 hectáreas cuyo dueño era Miguel Stabio. Allí era todo monte, el cual se limpió y quemó a los fines de hacer la viña. El lugar se fue poblando con el arribo de obreros provenientes de distintas partes para trabajar en la finca. Según narra Laura Guardia, don Stabio fue quien levantó el centro de salud, la plaza, la escuela, el enripiado, el puente y la pista de aterrizaje. También por el año 1975 hizo construir el puente sobre el río Mendoza para poder trasladar la producción. Este puente fue derribado por una creciente en los años 90’.

 

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